domingo, 30 de enero de 2022

CARTA A UNA MAESTRA. Relato corto

El fin de curso estaba próximo, el calor comenzaba ha hacer estragos en la clase, que se mitigaba con un viejo ventilador de pie. La 201 era un aula estrecha con dos ventanales a la calle muy ruidosa y donde se repartían más de una treintena entre el alumnado de varias clases sociales y culturas de 3ª de Enseñanza Secundaria. La tutora del grupo se llamaba Pepa, les impartía el Área de Plástica y Visual, que siempre era bien aceptada por todos, aunque en la docencia la Música y el Dibujo junto con la Educación Física son siempre las Marías. Llevaba 35 años en la enseñanza, era una mujer de tez palida y mejillas sonrosadas, de complexión delgada, con una gran paciencia que la vida y su trabajo le había conferido. Su dedicación al alumnado no siempre fue valorada. Los núcleos académicos no resultan siempre generosos con sus docentes y en algunas ocasiones el discrepar sobre los métodos educativos le había traído algún que otro disgusto. Pero para ella, la sonrisa de un niño era más que suficiente para conseguir lo mejor de ellos, aunque fuera a contracorriente.

El año había sido complicado, el alumnado de tercero de ESO son adolescentes con grandes cambios personales e inquietudes, pero Pepa siempre sabía como resolver sus dudas y ansiedades. La delegada de clase se llamaba Aitana, una niña muy despierta de grandes ojos azules, buena estudiante y se llevaba bien con el resto de la clase, pero tenía problemas de alimentación aunque ella no lo reconocía. Después estaba el subdelegado Lucas, el relaciones publicas, siempre dispuesto a llevar a algún amigo a la discoteca, era alto y rubio pero poco aficionado a los libros y siempre andaba metido en problemas, lo habían expulsado de otras clases y lo iban a tirar del centro, si bien Pepa evitó que eso ocurriera y le dió un lugar con sus compañeros. Otro alumno era Jhonatan, era de Colombia, sus padres habían emigrado hacía un año, no estaba adaptado a su nueva vida. Le habían hecho bulling en las redes sociales, lo cuál empeoraba su situación, faltaba en muchas ocasiones a clase y era fácil encontrarlo en un parque cercano. Martina era de Polonia, su padre trabajaba como médico y quería que su hija tambén lo fuera, pero ella amaba la música y acudía todas las tardes al conservatorio después del instituto. No siempre los deseos de los padres coinciden con las aspiraciones de los hijos. Ismael tenía muchas amigas, gustaba de ir de compras con ellas, siempre había sacado buenas notas, pero la segunda evaluación fue un desastre, le quedaron ocho y sus padres andaban muy preocupados. Pepa intuía que el origen de las bajas calificaciones estaba en la aceptación de su nuevo rol como adolescente e identidad y así se lo hizo saber a sus padres. Por otro lado, estaba Laura, siempre defendiendo los derechos de las personas, de pelo rubio y ojos castaños, algo insegura pero cabal y estudiosa. Sus padres eran sicólogos, pero estaban separados desde que ella tenía dos años, tenían la custodia compartida, nunca habían asistido juntos a una reunión de padres y madres, pero Pepa consiguió por primera vez que esto ocurriera bajo el asombro de Laura.

Éste era el último curso para Pepa, se pensaba jubilar, había llegado la hora de emprender nuevos caminos, la idea le iba rondando bastante tiempo aunque sabía que al principio echaría de menos su profesión. Quedaban ya lejanos sus comienzos, en un pueblo de la costa, de cara al mar, donde se fue forjando su vocación. En su día de despedida dijo: “No busqué esta profesión, la de enseñar, digamos que la profesión me encontró a mí”. Dónde treinta años atrás había sido una estudiante de bachillerato, ahora se despedía cómo profesora, con la tranquilidad del trabajo bien hecho y cuyo motor había sido siempre el alumnado.

Laura junto con el resto de los compañeros de su tutoría pensaron en hacerle una pequeña despedida, Aitana, la delegada, y Lucas, el subdelegado, comprarían una cartulina y todos escribirían algo sobre ella, lo acompañarían de un gran ramo de flores. Por fín llegó el último día de clase y, después de repartir las notas, en el Salón de Actos, le leyeron la carta que con tanta ilusión habían preparado a su tutora Pepa:

Como ya te dijimos a principio de curso, repetiríamos 3º de ESO sólo por volver a tenerrte de tutora. Has sabido enseñarnos a respetarnos entre nosotros, a permanecerr unidos y defenderr a los más débiles.

Gracias por no cortarnos las alas y alentar nuestros propósitos, contestarnos: adelante, si es lo que quieres, a por ellos, puedes conseguirlo.

Gracias por estar siempre de nuestra parte y por haber dado la cara por nosotros, aún cuando las cosas estaban difíciles.

Gracias por darnos una gran lección sobre la vida, porque en la vida hay piedras, pero puedes hacerte amiga suya, sabemos que en un futuro nos servirán tus consejos, aunque a veces nos cueste seguirlos.

Todos te queremos por aceptarnos, tratarnos con amor y cariño, preocuparte por nosotros y por ser como eres (amable, sencilla, sincera, abierta,...).

Por todo lo que has hecho por nosotros, deberías ser tú la que nos pidas cosas, pero necesitamos algo muy importante:

Que nada ni nadie te haga cambiar, que seas tal como eres:

la mejor tutora que hemos tenido

Julio de 2016


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